«El naufragio de los imperios»: más allá de las caricaturas; un viaje por la Tailandia real y la Rusia silenciada.
¿Cuántas caricaturas hemos leído y escuchado durante estos dos últimos años sobre Rusia? ¿Qué podemos saber de Tailandia con la información inmediata que nos llega con cuentagotas de periódicos, películas y libros?
Durante mi segunda adolescencia, cuando contaba yo con unos veinticinco años, me dio por denigrar al polígrafo árabe Edward W. Said, famoso por su libro Orientalismo así como por su defensa de Palestina. En aquella obra y otras como Cultura e imperialismo, defendía Said que gran parte de la literatura, antropología e historia europea se había dedicado de manera sistemática a distorsionar el conocimiento sobre las sociedades musulmanas con un objetivo no declarado: controlarlas y someterlas.
La interiorización de esas ideas por parte de los propios musulmanes sería en parte la causa de su incapacidad para quitarse de encima el dominio «occidental». En plena efervescencia por los atentados de Nueva York, Madrid y Londres, y por mi nuevo encontrado rechazo a la «progresía» patria, intenté hallar todo tipo de argumentos contrarios a estas tesis. Uno de los intentos más sistemáticos al respecto fue el del ateo musulmán de origen indio Ibn Warraq en Defending the West: A Critique of Edward Said’s Orientalism, una defensa galeata de una inexistente «civilización occidental». Arguía Ibn Warraq que «Occidente» había inventado ingenios tan loables como la democracia liberal, los derechos humanos y el «pensamiento crítico», y que no se habían dedicado a saquear las «sociedades orientales», sino también a preservar sus tesoros culturales. Warraq enuncia toda una rapsodia de administradores británicos que se dedicaron, al parecer, a salvar la literatura hindú.
Desde el primer momento me propuse dar una visión del país diferente, en la que aparecieran personas normales, con sus problemas y con sus fortalezas y debilidades, con sus quehaceres diarios no muy distintos de los de los ciudadanos de otros países
Hoy día, cuando soy más mayor, aunque según para qué cosas no menos tonto que entonces, creo que ambos pecaban de lo que intentaban denunciar, y en el camino se inventaron unos cuantos hombres de paja, fruto seguramente de las luchas políticas a las que ambos se dedicaron en los oscuros años de la «Guerra contra el Terror». No obstante, las distorsiones que unos países generan con respecto a otros, recurriendo a todo tipo de plataformas y soportes, son reales, y por ello la crítica de Said y la defensa de Warraq no son artilugios que podamos tirar alegremente a la basura porque no hayan sido todo lo finos que deberían. La denuncia de Said con respecto a las fantasías negativas y sensuales que artistas europeos proyectaban sobre las sociedades musulmanas no es sustancialmente distinta de la denuncia que en los últimos años ha aflorado en España contra la Leyenda Negra, sustanciada en la literatura, el cine, la pintura e incluso en el mundo académico, sin olvidarnos de la política.
La oleada de rusofobia vergonzosa y vergonzante que padecieron (y digo «padecer» porque es una maldita enfermedad, y al que no le guste que se fastidie) las sociedades europeas entonces (y ahora), coincidió con la redacción del capítulo inicial de este tercer volumen, y llegó a trastocar mi planteamiento inicial para esta parte de la novela.
No somos los únicos. ¿Cuántas caricaturas hemos leído y escuchado durante estos dos últimos años sobre Rusia? ¿Cuántas distorsiones y mentiras directas regurgita a diario la prensa taiwanesa con respecto a China? Cada poco tiempo, algún periódico español publica un artículo más o menos largo a glosar una supuesta anomalía social japonesa, sin tomarse la molestia de hacer comparaciones con otros países ni de consultar algún estudio sociológico al respecto. ¿Qué podemos saber de Tailandia con la información inmediata que nos llega con cuentagotas de periódicos, películas y libros? Fundamentalmente, que es un lugar muy bonito donde se esconde mucha corrupción de todo tipo. No sé qué se pensará la gente que es Bruselas o Washington. Al parecer, Camelot.
Tailandia es el objeto del tercer volumen de El naufragio de los imperios, y desde el primer momento me propuse dar una visión del país diferente, en la que aparecieran personas normales, con sus problemas y con sus fortalezas y debilidades, con sus quehaceres diarios no muy distintos de los de los ciudadanos de otros países.
No sé qué se pensará la gente que es Bruselas o Washington. Al parecer, Camelot.
El viajero, el periodista o el visitante ocasional tiende a creer que Tailandia «se monta» para cuando él llega y «se desmonta» cuando se va, como cuando alguien se levanta demasiado pronto por la mañana y el ayuntamiento aún no ha puesto las calles de su ciudad. Se acordará de los bares de gogós, de la prostitución, del tráfico de drogas y de la corrupción policial, y a veces, de qué amables son los tailandeses. Pero no pasará de ahí. No se parará a pensar que en Tailandia viven unos sesenta y cinco millones de personas, algunas de las cuales se dedican a la agricultura, otras a la pesca y acuicultura, otras a la industria del turismo, otras al funcionariado público, a la enseñanza en distintos niveles, a la industria manufacturera, al comercio exterior, las finanzas, restauración, construcción, ingeniería civil e informática, transporte, entretenimiento, artes varias, investigación en diversas áreas científicas, etc., y que esas personas forman parte de familias con creencias religiosas y preocupaciones mundanas como pagar el recibo de la luz, hacer frente al alquiler o la hipoteca, la matrícula de la escuela de los niños, la seguridad del tráfico rodado o la compra en el supermercado para toda la semana. Todo esto, simplemente se olvida.
[...] personaje en el que volqué, como si fuera una función balzaciana, toda la injusticia de la insidiosa rusofobia europea.
¿Y cómo no olvidarse de lo que pueda pensar un tailandés o un ruso de las visiones habituales distorsionadas que sobre ellos como individuos y como sociedad tienen otros, particularmente europeos, pero no solo ellos? Esta es otra de las cuestiones que he intentado abordar en este volumen con la introducción de un personaje ruso que no estaba en mis planes originales, pero que me vi «forzado» a crear cuando estalló el conflicto de Ucrania. La oleada de rusofobia vergonzosa y vergonzante que padecieron (y digo «padecer» porque es una maldita enfermedad, y al que no le guste que se fastidie) las sociedades europeas entonces (y ahora), coincidió con la redacción del capítulo inicial de este tercer volumen, y llegó a trastocar mi planteamiento inicial para esta parte de la novela. El resultado es Tatiana Vladimirovna Schastieva, personaje en el que volqué, como si fuera una función balzaciana, toda la injusticia de la insidiosa rusofobia europea. Y por eso, con todas mis limitaciones de escritor —que son legión—, quiero que quede su historia como mi particular monumento a mi amor por la literatura rusa, a mi admiración por el patriotismo y sufrimiento del pueblo ruso ante sus enemigos exteriores, y a aquello que señala Dostoievski en Memorias del subsuelo, si no recuerdo mal, cuando dice que la lealtad y abnegación con la que ama la mujer rusa termina por marchitar su extraordinaria belleza juvenil.
Quede pues también este tercer volumen de El naufragio de los imperios como mi canto de amor a Tailandia, país que visité en numerosas ocasiones, sobre el que leí literalmente montañas de libros y en el que dejé buenos amigos y un par de amores desgraciados. ¡Vivan Tailandia y viva Rusia!
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Iker Izquierdo (Baracaldo, España, 1981) es uno de los autores de la «generación Catay» y lleva afincado en Taiwán más de 11 años. Licenciado en Historia y Master en Relaciones Internacionales, su verdadera pasión es la literatura, la filosofía y el cine. También viajero empedernido, ha colaborado y colabora en medios digitales y revistas académicas, y forma parte del consejo de redacción de la revista Encuentros en Catay.
Su influencia literaria se refleja en obras colectivas como «Gustavo Bueno. 60 visiones sobre su obra», «Mi torero», y «Mientras tanto en Taiwán... Visiones hispánicas de Formosa». Además, es el autor del cautivador libro de relatos, «La novia del japonés».
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