De la gloria a la hecatombe
El 24 de octubre de 1945, la República de China, Taiwán, entró en la ONU con el estatus de miembro fundador junto con otros cuatro países. El 25 de septiembre de 1971, hace cincuenta años, la República de China fue expulsada de la Organización de las Naciones Unidas y sus organismos afiliados.
Juan Sanmartín Bastida
Taichung, 24 de julio de 2021
La República de China perdió no solamente la condición de Estado miembro, sino también el estatus formal de ser una de las cinco grandes potencias políticas, aquellas con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho de veto sobre sus decisiones.
Sí, «República de China» es en la actualidad tan solo el nombre oficial del país conocido como Taiwán, un país independiente de facto, pues únicamente reconocen su condición de Estado soberano catorce Estados miembros de la ONU junto con el Vaticano.
Desde la fundación de la Organización el 24 de octubre de 1945 hasta aquel día la República de China era «China»: el único Estado chino con legitimidad para representar en la ONU y sus organismos afiliados a la pequeña Taiwán y todo el enorme territorio de lo que entonces su Gobierno llamaba el «continente». Sobre este último ejercía soberanía efectiva otra China, la República Popular China, que no tenía representación en ese Sistema de las Naciones Unidas. Fuera de este Sistema, sin embargo, no se podía discutir lo obvio: que en el contexto de la Guerra Fría había dos Chinas, como también había dos Alemanias, dos Vietnam o dos Coreas. Y la política de no reconocer la existencia del país vecino, de reclamar como suyo el territorio y la población sobre los que el Estado considerado ilegítimo ejercía soberanía efectiva era común a todas esas naciones divididas; no solo la practicaban las dos Chinas. Ninguno de los otros países citados había conseguido entrar en la ONU, pero una de las dos Chinas sí estaba en las Naciones Unidas y con esa posición formal de gran potencia política porque participó en la fundación de la Organización, obteniendo dicho privilegio cuando su Gobierno aún no había sido expulsado del «continente» y todavía no había sido proclamada la República Popular China.
Quién sabe si finalmente habría dos Chinas en la ONU de haber conseguido mantener su puesto hasta el año en que se admitió a una y otra Alemania
Con este panorama, se podría debatir si es correcto el título del dosier «Cincuentenario de la salida de Taiwán de la ONU», Encuentros en Catay, 34, 2021, donde está publicado el artículo que presento en esta entrada del blog Pasaje a Catay. El artículo habla sobre La historia de la República de China en las Naciones Unidas, no Taiwán, calificada como un periodo que transcurre De la gloria a la hecatombe por motivos que aclararé. Formalmente puede parecer incorrecto, al menos desde el punto de vista del Gobierno de la República de China de entonces. Pero en la práctica, que es lo más importante, sí es un título acertado. Por mucho que dentro de la ONU y sus organismos asociados la diplomacia de la República de China consiguiese mantener durante más de veinte años su estatus de Estado legítimo representante de toda la nación china y, por lo tanto, también del «continente», hasta sus más firmes aliados sabían que esto no era más que una simple ficción. La República de China era de facto solo Taiwán y unas pocas diminutas islas adyacentes a la antigua Formosa o incluso al «continente».
[...] no se podía discutir lo obvio: que en el contexto de la Guerra Fría había dos Chinas, como también había dos Alemanias, dos Vietnam o dos Coreas.
El hecho de que una República de China que ejercía su autoridad sobre una parte minúscula del territorio y población que consideraba suyos desde diciembre de 1949 mantuviese su puesto en la ONU y en su Consejo de Seguridad durante más de veinte años, debe ser interpretado como una auténtica hazaña. Entró en la ONU con el estatus de miembro fundador junto con otros cuatro países. Salió con una resolución humillante que la expulsó de inmediato y en la que no se la consideraba siquiera como Estado; quienes la habían representado en la Organización eran llamados «representantes de Chiang Kai-shek». Podemos considerar, por lo tanto, que esa hazaña comenzó con un momento de auténtica «gloria» y terminó con otro de gigantesca «hecatombe», de ahí el título del artículo.
EE. UU. llegó a ofrecer una solución al problema que rompía con su tradicional política respecto a la cuestión china: que la República Popular China tuviera asiento en la ONU y en su Consejo de Seguridad, y que la República de China mantuviera su estatus de Estado miembro.
En él explico el origen de ese estatus privilegiado que la República de China obtuvo en la ONU, con el honor añadido de ser el primer país firmante de la Carta de las Naciones Unidas. Poco más de un año después empezó un largo combate diplomático contra una República Popular China que la había sustituido en el «continente»: de facto, no de iure para la ONU, hasta aquel día de 1971. Destaco y explico que la gloria pudo no haberse dado, y la hecatombe pudo haberse evitado o retrasado, en ausencia de los presidentes de EE. UU. Roosevelt y Nixon. Sin la ayuda de este país, la República de China no habría conseguido lo que describo como una hazaña. Comento todos y cada uno de los grandes episodios de ese largo combate diplomático durante las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Los aliados de la «China comunista» presentaban y apoyaban propuestas de resolución para que esta ocupase el puesto reservado al país más poblado del mundo y, por lo tanto, se expulsase a la «China nacional». EE. UU. lideraba la presentación de esta última. Estas sesiones se repitieron prácticamente cada año desde 1950, y en ellas fue aprobada la propuesta de resolución favorable a la República de China. Hasta la última de esas sesiones, la de 1971, que puso definitivo fin a ese combate diplomático.
Dedico especial atención al transcurso de la sesión de aquel año. El acta de aquella sesión de 1971 recoge un debate vivo y apasionante que en sus inicios no deja entrever su final, la aprobación de la propuesta de resolución que «restituía» los «derechos legítimos de la República Popular China» y expulsaba de inmediato a «los representantes de Chiang Kai-shek» por una diferencia enorme entre los votos a favor y los votos en contra: 76 frente a 35, con 17 abstenciones. El embajador norteamericano en la ONU y futuro presidente del país George Bush, que apenas llevaba cinco meses en el cargo, fue incapaz de reunir los apoyos necesarios en un momento en el que ya se había anunciado la inminente visita de Nixon a la China comunista. EE. UU. llegó a ofrecer una solución al problema que rompía con su tradicional política respecto a la cuestión china: que la República Popular China tuviera asiento en la ONU y en su Consejo de Seguridad, y que la República de China mantuviera su estatus de Estado miembro. Una gran mayoría de países se negó a ello, cuando dos años más tarde sí aceptó la entrada de las dos Alemanias. Quién sabe si finalmente habría dos Chinas en la ONU de haber conseguido mantener su puesto hasta el año en que se admitió a una y otra Alemania. Lo cierto es que Liu Chieh, el veterano embajador de la República de China en la ONU, no hizo ninguna alusión en sus intervenciones a la novedosa idea norteamericana; ni se negó a ella ni la apoyó.
Acabo aquí esta presentación de un artículo que espero que te resulte de gran interés, estimado lector.
Este artículo es un resumen de la investigación llevada a cabo por Juan Sanmartín Bastida y publicada en
Ediciones Catay, 2021.
Recopilación de tres artículos aparecidos en el número 34 de la revista anual Encuentros en Catay:
Juan Sanmartín Bastida: De la gloria a la hecatombe: la historia de la República de China en las Naciones Unidas.
Andrés Herrera Feligreras: 1971, un año turbulento para el Mundo Chino.
Hsu Chung-mao (traductor, José Ramón Álvarez): Crisis en el estrecho de Taiwán en la década de 1950 y la evolución de las relaciones sino-estadounidenses hasta 1978.
Los tres autores plasman la vida y la lucha interna de un proceso por el que, poco a poco, se fue admitiendo a una China en el concierto de naciones y se fue apartando a otra China de la vida internacional.
Juan Sanmartín Bastida lleva ya veinte años, casi la mitad de su vida, residiendo en Taiwán. Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración y doctor en Historia Política y Social por la Universidad Complutense de Madrid, en la actualidad es profesor de historia del mundo hispánico y de lengua española en la licenciatura y el máster de español de la Universidad Providence de Taichung.
Su campo de investigación se centra en la historia contemporánea tanto de España como de Taiwán, con especial interés en la comparación de los ciclos de protesta que se dieron en ambos países durante sus transiciones a la democracia.
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